Eduardo Frías un concierto cercano de gran altura
El pasado Sábado, los afortunados que asistieron al concierto de Eduardo Frías se llevaron el recuerdo imborrable de un recital épico. Comenzó Eduardo con una Balada -la Nº2- que Chopin compuso como un regalo para su amigo Robert Schumann. Y un regalo fue toda la sesión, en la que la Música se impregnó de la humanidad y cercanía de un pianista al que auguramos un estupendo futuro.
Al éxito de público en nuestro pequeño salón de actos, se unió un incuestionable éxito artístico en manos de uno de los mayores valores del piano de nuestro país.
Nuestro amigo y colaborador Juan Miguel Morales no se equivocó cuando avisó a los presentes de que estaban a punto de escuchar algo tan especial como musicalmente intenso. Y es que a la intensidad de las obras, testimonio de vida y emoción de cuatro grandes de la literatura pianística -Chopin, Granados, Skriabin y Rachmaninoff-, probablemente se unió la intensidad con la que Eduardo vive esta etapa de su carrera, a las puertas de un concierto en Londres y de un concurso de gran relevancia.
¿Qué se quiere decir cuando se dice que un intérprete "ha alcanzado gran altura"? Una sola palabra: autenticidad. Cuando un intérprete se enfrenta a obras de la magnitud de la Sonata Nº2 de Rachmaninoff, seguramente la obra central del concierto, parece fácil caer en el error de hacer fuegos de artificio. Obras así podrían parecer escritas para el lucimiento de los instrumentistas, y de hecho hay casos en la Historia en que parece que así fuera -Paganini, gran virtuoso del violín, componía obras de extrema dificultad para exhibir su capacidad en sus propios conciertos-. Sergei Rachmaninoff, según se sabe, fue un enorme pianista y director de orquesta, y sus obras figuran en la cumbre del repertorio para este instrumento. Pero no solo por su dificultad técnica, evidente incluso para los no entendidos, sino por su emocionada exprevisividad ante todo. En manos de Eduardo, la Sonata nº2 sonó sincera y creíble, un discurso autobiográfico de quien ha conocido la muerte dentro de la vida, y vuelve a llenarse los pulmones del aire fresco de la vitalidad. Durante todo el concierto, sus fraseos nos transmitieron la emotividad propia del Romanticismo -Chopin- que habrían de heredar y reinterpretar los autores del período post-romántico, entre los que se cuentan Rachmaninoff y Skriabin. Precisamente, la interpretación de la Fantasía de Skriabin, tan querida por Eduardo, fue otro momento memorable del recital.
Dicen que, en el instante antes de morir, los episodios de nuestra vida nos pasan por delante de los ojos. Conciertos como este nos permiten repasar la vida que tuvimos, e incluso la que no tuvimos, mientras nos sentimos intensamente vivos. Probablemente es lo que quiso decir Óscar Wilde con aquello de que "la Música nos crea un pasado del que ignorábamos la existencia". Preciosa frase, y la mejor explicación de la Música que conocemos. Te damos las gracias, Eduardo, por tu regalo de pasado, presente y futuro.